OMGay
- Montiel
- 2 jun 2021
- 9 Min. de lectura
A continuación leerán una historia verídica de un hombre que creció en un ambiente religioso siendo gay desde niño, el final les hará sentir escalofríos.
"Tengo un recuerdo muy presente de cuando sentí algo por alguien de mi mismo sexo. Puede que no haya sido la primera vez, pero es el recuerdo más claro. Apenas tenía como 7 años. Estaba jugando a las muñecas con una amiga (jajaja, más cliché no se podía), cuando su hermano pasó hacia el baño cubierto exclusivamente con una toalla. Él me estaba dando la espalda cuando de pronto sucedió lo que se imaginan: la toalla se cayó y me dejó ver unas nalgas muy interesantes. La sensación fue de mariposas en el estómago y de que se me alborotaba el corazón; fue algo muy placentero. Sin embargo, yo ya sabía que eso estaba mal. Me lo decía mi mamá cuando me cachaba jugando con las muñecas de mi amiga y me lo repitió cuando le dije que me hubiera gustado ser niña; cuando me puse uno de sus vestidos o usaba sus zapatos (ella tenía excelente gusto para los zapatos, por cierto). El mensaje ya estaba claro, yo no podía ser ni actuar de otra manera más que la que ella creía y de la que me ponía varios ejemplos.
El misionero “fulano” de la iglesia a la que asistíamos era el principal, junto con todos los hombres de familia, muy machos todos ellos, proveedores de su casa, quienes tenían en control a sus hijos y cuyas esposas los miraban con obediencia y abnegación. Por otro lado, yo simplemente no podía evitar sentirme atraído por los hombres, así que desde la niñez ocupé gran parte de mi tiempo en ocultarlo.
Según mi madre (madre soltera para efectos prácticos), los hombres de la iglesia eran las figuras a las que tenía que aspirar, ejemplos de varones de bien y para la gloria de dios. Desde ese entonces y hasta muchos años después, Dios jugó uno de los papeles más importantes en mi desarrollo, primero por voluntad de mi madre y los adultos a mi alrededor y luego, tristemente, porque yo así lo decidí.
Dios era un señor muy celoso, quien me castigaría eternamente apenas me saliera 1mm de su plan perfecto. Obviamente, lo que sentía por algunos compañeros de la escuela me daba mucho miedo, así que, para cuando cumplí 14 años, un predicador dio uno de sus mensajes más terroríficos acerca del infierno, y decidí que no podía esperar más tiempo. Necesitaba ya garantizar la salvación de mi alma. Le rogué a Dios que no me castigara, que me arrepentía por todos mis pecados (que básicamente consistían en decir muchas mentiras para encubrir cosas que hacía, pensaba o decía porque eran malas) y que me diera el regalo de la vida eterna a través de su hijo Jesucristo.
Me acuerdo también que tenía muy presente 2 Corintios 5:17 “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” Así que yo pensaba que al recibir la salvación en Cristo, Dios me iba a quitar esto que trataba de esconder todos los días. Obviamente Dios no me quitó nada (jajaja). Así que desde los 14 hasta la edad adulta viví pensando en que, tal vez si me esforzaba más, si era un gran predicador, si dedicaba mi vida y mi tiempo a la iglesia, si ayudaba a los demás, si era un buen hijo, si era responsable, etc., Dios iba a poner a mi alcance una mujer tan radiante y atractiva que yo no tendría otra opción mas que casarme con ella y entonces ser un hombre cristiano pleno.
Creo que mis esfuerzos no eran nada malos, pues sí fui un buen predicador, estuve registrado como responsable de la organización en nuestra localidad desde los 18 años, estudiaba mucho la biblia, era un buen consejero, era una persona generosa, estaba dedicado a la iglesia, le rogaba a dios todos los días que me ayudara, yo no me preocupaba sólo por mí, todo era para Dios, para los otros y para demostrar lo buen hombre y siervo de Dios que era. Pero nada de eso sirvió.
Obviamente, todos mis esfuerzos se veían frustrados cuando me sentía atraído por alguien, o cuando cedía a la graaan tentación de masturbarme, o cuando me topaba con pornografía. La sensación de pérdida, de no valer nada, de fallarle a Dios y a las personas que confiaban en mí, era algo que me invadía e inmediatamente me llevaba “a los pies del señor” para rogarle nuevamente su perdón. Era una montaña rusa de emociones, fundamentalmente dominada por el miedo.
Todo ese desgaste físico y emocional pronto empezaron a cobrar factura. No me titulé, tenía épocas de mucho sobrepeso, no tenía amigos, no tenía suficiente energía y cada día me pesaba 100 toneladas. Vivía con la depresión como mi compañera de todos los días.
Mi mamá y yo teníamos una escuela de educación cristiana y ahí conocí a una mujer, quien aún me parece que tiene todo lo que yo quería en una pareja (inteligente, esforzada, simpática, valiente, honesta, etc.) y por un tiempo yo pensé que era la pareja que necesitaba. La amé mucho. Me enseñó muchas cosas. De verdad pensé que ella era mi oportunidad de ser “normal,” pero ahora me doy cuenta que fue sólo una manera de alargar mi agonía. Afortunadamente ella tenía otros planes, otros intereses, otros amores y se fue.
Dejé la escuela de educación cristiana y ¡tuve mi primer empleo a los 26 años! Creo que el convivir con otras personas y con otras formas de pensar, poco a poco me abrieron los ojos. Pero debo reconocer que lo más impactante en ese momento de mi vida fue lo que pasa entre gays en el último vagón del metro (jajaja, lo siento, la carne es débil). Con mucho miedo, le entré a todo ahí adentro. Hoy por hoy no me arrepiento de nada, pues tuve oportunidad de conocer gente de todo, incluso a personas que buscaban algo más serio conmigo, tuve mi primer beso con un hombre por puro deseo sexual y mi primer beso gay romántico y dulce.
Sin embargo, en ese entonces la culpa me atormentaba. Por un lado, yo era un pecador desenfrenado y por otro, simplemente no podía dejar la iglesia porque la iglesia era el único lugar donde yo sentía que valía algo. La gente me escuchaba, me admiraba; puedo decir que algunos obedecían lo que yo les decía y eso me gustaba. Mientras tanto, en el mundo de afuera, yo era sólo uno más.
Un par de años después tuve un problema serio en la Iglesia. En cuestión de días, me quitaron todos los privilegios dentro de la organización, me forzaron a renunciar como ministro de culto y prácticamente estaba dentro de la organización por pura buena onda. Creo que hicieron lo correcto y la verdad, no saben cómo agradezco que eso haya ocurrido. Esa situación me dio la oportunidad de dedicarme más a mí. De revisar mi vida y si deseaba realmente continuar con esa doble vida. No, ya no lo deseaba más.
Un buen día, mi mamá, quien todavía me consideraba como una especie de guía espiritual, me comentó muy angustiada que los papás de uno de sus alumnos se habían acercado a ella porque notaban que su hijo era un poco afeminado y no sabían cómo lidiar con el asunto. Así que ella me pidió ayuda. Decidí investigar el asunto desde el punto de vista cristiano.
Me encontré con una conferencia y un texto de un Señor de apellido Nunn. Él escribió que, si bien el origen de la homosexualidad no era claro, el hecho era que existía y esta afirmación era ya compartida por muchos en el mundo cristiano. El problema de la homosexualidad, según él, no es que una persona sea atraída por las personas de su mismo sexo, sino que una persona se vea involucrada en actos sexuales fuera del matrimonio. Y ya que el matrimonio sólo se puede entre un hombre y una mujer, pues tener sexo con otro hombre no estaba a discusión.
Hoy en día todo eso me parece horrendo, pero en ese entonces, el sólo hecho de leer que según muchos estudiosos cristianos la orientación homosexual era una posibilidad, cambió mi vida. Por primera vez sentí que yo existía. Resultaba que no era una abominación de nacimiento, ni nadie me hizo daño para que me gustaran los hombres. Por eso dios no me lo quitó cuando acepté el regalo de la salvación. Al parecer, Dios había permitido que fuera así.
Esa pequeña investigación me ayudó muchísimo y abrió la puerta para más preguntas y más dudas. Por ejemplo, el señor Nunn decía en su texto que, si bien la orientación homosexual existía, los homosexuales preferentemente debían quedarse en celibato. Así que la duda por responder era: Si dios permitió que yo fuera homosexual, ¿por qué quería que estuviera sólo el resto de mi vida? Esa fue la pregunta que me orilló a cuestionar, no sólo mi permanencia en la iglesia, sino la misma existencia de Dios. Si los estudiosos habían estado equivocados sobre la atracción hacia las personas del mismo sexo, también lo podían estar acerca de condenarnos a mí y a muchos otros a una vida sin una pareja. No creo que la vida de pareja sea para todos, pero es algo que uno descubrirá al paso de las experiencias, no por decreto de nadie, y yo no estaba dispuesto a escuchar más decretos.
Mi “investigación” sobre la comunidad LGBT me llevaba horas de todos los días. Un buen día, dejé mi computadora abierta en la sala para ir a la cocina o algo así. Estaba tan concentrado en mis cosas que no me di cuenta de que mi mamá se acercó a la computadora (de chismosa, obviamente) y vio lo que estaba revisando.
Fue entonces que me confrontó. Por cierto, no es que ella no sospechara, o que no supiera (ya lo habíamos tratado varias veces). La gran diferencia fue que le dije que estaba cansado de ocultarme y que ya no iba a buscar que dios “me hiciera el milagrito” de darme una esposa con la que yo pudiera ser “hombre”. Yo era gay y punto y ya lo había aceptado. El resultado fue que mi mamá tuvo una super crisis nerviosa que le duró unos 3 o 4 días. Es uno de esos momentos más grandes de decepción. Pero ni modo.
Después de decírselo a mi mamá, se lo dije a mi mejor amigo, el único que me queda de ese mundo. Él fue increíble. Me dijo que el que yo fuera gay no nos iba separar en nada, sino que, al contrario, nos uniría mucho más, y así fue. Así que para cuando empecé a abrirme al asunto, conté con amigos que me dieron su apoyo y eso fue fundamental para que yo tuviera una transición más sana.
Un tiempo después, comencé a salir con alguien. Lo quise mucho y aún todavía, pero yo seguía metido en la iglesia y eso me dificultaba las cosas porque no podía dedicarle tiempo a nosotros. Decidí terminar la relación, pero también organicé un gran plan para salirme de la Iglesia de la mejor forma posible.
Aunque ya no tuviera mucho que ver con la iglesia administrativamente, la gente me seguía buscando y pidiendo mi consejo. Yo no quería causarles ningún problema a ellos que todavía estaban dentro de la organización. No era, ni es hoy por hoy, mi intención que dejen de creer en Dios. Las creencias son un asunto muy personal.
Poco a poco fui moviendo mis influencias de modo que los que se habían quedado a cargo de la iglesia, siguieran adelante sin mi consejo. Los invitaba a que ellos solos encontraran las respuestas a lo que se preguntaban. Si acaso participaba en la Iglesia, mi mensaje iba encaminado a que no dependieran de una persona, sino de su fe en dios, y procuraba estar en la iglesia lo menos posible.
Un buen día un miembro de la Iglesia me dijo que se iba a mudar de ciudad para finales de ese año y yo decidí que iba a hacer exactamente lo mismo. Lo planeé todo para que en 6 meses, yo dejara la iglesia y así fue. Tal vez la gente lo sintió o no, no lo sé, pero creo que hice lo posible para no dañar a nadie. La iglesia continuó sin mí.
A partir de ahí fui más libre, más satisfecho conmigo mismo, menos juicioso, más abierto a todos. Mientras estuve en la iglesia pensaba que era un buen ser humano, pero realmente fui mucho mejor después de dejar eso atrás. Las religiones creen que tienen el conocimiento de todo lo que necesitan según su Dios, pero eso es incorrecto. Las personas necesitamos las experiencias personales para hacernos crecer y no vivir ciertas experiencias nos hace inmaduros, resentidos y faltos de sentido común.
Hoy vivo con mi pareja. Estamos en una relación joven aún, aprendiendo y creciendo como cualquier pareja. No sé cuánto dure nuestra relación, pero lo que importa es que sea la mejor relación posible.
Si alguien necesitara un consejo, este sería: que cada individuo está bien y es perfecto como es. El cabello, la piel, la sexualidad y la expresión de género, tienen en común que están definidos para cada individuo y no son ni buenos ni malos; no son un error.
Son, existen y por lo tanto, hay que amarse por ser y tener esas características. Si un sistema de creencias dice algo diferente, entonces hay que alejarse de ese sistema de creencias. No digo que hay que dejar de creer en algún Dios si así lo quieres, pero aléjate de un Dios y una religión que te haga menos. Si alguien es cristiano, que recuerde lo que dijo Pablo: “Examinadlo todo, retened lo bueno”."

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